Foto: Yosh Ginsu @yoshginsu
Dicen que la ira es la cara
opuesta de la pena. Me he jactado algunas veces con Silvio de que “la rabia es
mi vocación”, pero esta rabia que yo siento no acaba de activarme. Se parece
más a la frustración que a una rabia productiva. No encuentro cómo canalizarla y
me está haciendo daño. Tengo rabia y corrección política, rabia y prudencia, rabia
y cansancio.
Algunas fuentes de la rabia las
tengo claras. No todas puedo escribirlas. Hay momentos que quisiera gritar al
mundo: mirad, esta es la cara de daño, así como lo veis, “banal” como desveló Arendt.
La cara de la banalidad, de la banalidad del mal, no porque el mal sea banal en
absoluto: banales son los motivos, banales son las excusas, banales son en
apariencia esas personas que nos traen el daño a la puerta de casa, nos lo
rocían en la piel, intentan tatuárnoslo en la carne.
Ahí están los padres
maltratadores, los maridos asesinos, los señores con sonrisa de hiena que ganan
elecciones. Ahí están para asestar la lanza reincidente en el centro de lo
cotidiano, doblarnos las rodillas, imponernos su orden de mierda.
Cómo no querer romperles la cara.
Cuántas veces habré rezado: “Padre/Madre dame sabiduría, ayúdame a frenar el
círculo, a no reproducir el odio. Lo humano persiste, prevalece, es siempre
rescatable”. Ya no. Ya no rescato más. No sé, no puedo. No quiero. Ahora rezo: “delego
en ti el perdón para ellas, para ellos, para mí. Pido la sabiduría para distinguir,
identificar, para apartarme, para saber combatir. No hay Reino si se imponen. Dame
fuerza.” Quisiera decir “dame paz”, pero no me atrevo.
Y el miedo. Esa emoción tan
maldita, tan reciente. Nació en mí junto con mis hijos. El miedo a que el daño
les llegue. El miedo a los lobos con piel de oveja que acechan siempre. Y la
tentación, una tentación real, casi palpable de dar la espalda a ese poema-himno
de juventud y finalmente “reservar del mundo sólo un rincón tranquilo”.
A este magma de emociones que no
acaban de encontrar su cauce, se le suman a veces ingredientes que lo aplacan. Personas
que lo aplacan. Historias que lo aplacan. Personas que contienen, nos contienen,
nos empujan a ser mejores, a querer mejor. Me siento observadora de una lucha
entre el bien y el mal, y quiero sacar fuerza para ayudar a inclinar la balanza
pero… me siento cansada, y a veces hueca. Miro perpleja, admirada, distingo muy
fuerte la luz, pero estoy opaca.
Aún así no puedo sustraerme al
milagro. Este año Audano mató a Kontxi. La mató, la hundió en un dique, la hizo
desaparecer. Pero Kontxi emergió. La trajeron de vuelta el amor, sabiduría y
energía formidable de un grupo de personas liderada por dos mujeres gigantes.
Un milagro que no es milagro, sino consecuencia de “no bajar los brazos hasta
encontrarte, no bajar los brazos hasta hacer justicia”, un esfuerzo con costos
materiales importantes y costos humanos que no soy capaz de dimensionar. ¿Cuánta
vida te roba el mirar a la cara al monstruo? ¿Cuánta alma te come su cara
humana? ¿Cuánta humanidad se invierte en no odiarlo? ¿Cuánta energía se lleva
el hacer lo correcto? Hay gente de material humano muy noble. Pero nadie está
blindada al poder corrosivo del dolor, de la impotencia, de la duda, del
contacto con una brutalidad tan terrible y tan definitiva de apariencia tan
normal, tan corriente.
Amigas, amigos: este año he
vuelto a perder la inocencia. Quizás reincida en la idiocia, pero este año he
vuelto a verle la cara al monstruo. El monstruo que acecha a veces desde el
espejo. El monstruo que nos sonríe en cada esquina del privilegio que nos
acoge. A veces se cuela en los votos. Está presente en las familias, en las
instituciones. El monstruo que con su cara de ojos azules, con su voz de
profesora, con su bolsillo compra-almas o alguna de sus mil caras intenta
habitarnos, poseernos, anularnos. Hay que neutralizarlo antes. Antes de que
engulla. Antes. ¿Cómo?
Deseos para el nuevo año. Me
desespera no saber qué quiero pedir. Se mezcla con qué debo, qué pienso que
debiera querer… La voz de la rabia, del
miedo, la prudencia, un conato de bondad… Cansancio. Ambivalencia. La tentación
de entrar en erupción y arrasar con todo. La constatación del ese amor que no
todo puede… pero puede tanto. Padre/madre, año, luna llena…
Me identifico bastante, si, bastante; y yo tambiėn pregunto/me pregunto por dónde debo tirar y si tendré fuerzas para ello. Y me alegro de haberte leído. Un abrazo Lobodrina. Y feliz año a pesar de los pesares.
ResponderEliminarA mí me alegra mucho que me hayas leído, Iñigo. Un abrazo muy grande. Y muchas, muchas GRACIAS
EliminarLa sinceridad con uno mismo y con los demás es el primer paso para alcanzar las metas que te propongas. Aquí muestras ambas. Te deseo acierto y suerte en 2019, desde Pamplona. José Ramón.
ResponderEliminarGracias José Ramón, acertar es a veces cuestión de suerte... Que tengamos ambas. Un abrazo.
EliminarEs así. Nadie nos librará de encontrarnos con el “monstruo” frente a frente o en personas interpuestas. Nada puede liberarnos del estupor, de la impotencia o el miedo pero, sí está bien arraigado el nervio del bien en nosotros, no será capaz de destruir totalmente nuestra apuesta por eso que llamas humano.
ResponderEliminarEn todo caso, me gustas y me enorgulleces profundamente.
El nervio del bien, bien arraigado. Esperemos. Algo tendrá que ver la crianza ;-) Musu!
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