sábado, 29 de diciembre de 2018

Balance 2018: reconocer la cara del monstruo




Foto: Yosh Ginsu @yoshginsu

Dicen que la ira es la cara opuesta de la pena. Me he jactado algunas veces con Silvio de que “la rabia es mi vocación”, pero esta rabia que yo siento no acaba de activarme. Se parece más a la frustración que a una rabia productiva. No encuentro cómo canalizarla y me está haciendo daño. Tengo rabia y corrección política, rabia y prudencia, rabia y cansancio.  

Algunas fuentes de la rabia las tengo claras. No todas puedo escribirlas. Hay momentos que quisiera gritar al mundo: mirad, esta es la cara de daño, así como lo veis, “banal” como desveló Arendt. La cara de la banalidad, de la banalidad del mal, no porque el mal sea banal en absoluto: banales son los motivos, banales son las excusas, banales son en apariencia esas personas que nos traen el daño a la puerta de casa, nos lo rocían en la piel, intentan tatuárnoslo en la carne.

Ahí están los padres maltratadores, los maridos asesinos, los señores con sonrisa de hiena que ganan elecciones. Ahí están para asestar la lanza reincidente en el centro de lo cotidiano, doblarnos las rodillas, imponernos su orden de mierda.  

Cómo no querer romperles la cara. Cuántas veces habré rezado: “Padre/Madre dame sabiduría, ayúdame a frenar el círculo, a no reproducir el odio. Lo humano persiste, prevalece, es siempre rescatable”. Ya no. Ya no rescato más. No sé, no puedo. No quiero. Ahora rezo: “delego en ti el perdón para ellas, para ellos, para mí. Pido la sabiduría para distinguir, identificar, para apartarme, para saber combatir. No hay Reino si se imponen. Dame fuerza.” Quisiera decir “dame paz”, pero no me atrevo.

Y el miedo. Esa emoción tan maldita, tan reciente. Nació en mí junto con mis hijos. El miedo a que el daño les llegue. El miedo a los lobos con piel de oveja que acechan siempre. Y la tentación, una tentación real, casi palpable de dar la espalda a ese poema-himno de juventud y finalmente “reservar del mundo sólo un rincón tranquilo”.

A este magma de emociones que no acaban de encontrar su cauce, se le suman a veces ingredientes que lo aplacan. Personas que lo aplacan. Historias que lo aplacan. Personas que contienen, nos contienen, nos empujan a ser mejores, a querer mejor. Me siento observadora de una lucha entre el bien y el mal, y quiero sacar fuerza para ayudar a inclinar la balanza pero… me siento cansada, y a veces hueca. Miro perpleja, admirada, distingo muy fuerte la luz, pero estoy opaca.

Aún así no puedo sustraerme al milagro. Este año Audano mató a Kontxi. La mató, la hundió en un dique, la hizo desaparecer. Pero Kontxi emergió. La trajeron de vuelta el amor, sabiduría y energía formidable de un grupo de personas liderada por dos mujeres gigantes. Un milagro que no es milagro, sino consecuencia de “no bajar los brazos hasta encontrarte, no bajar los brazos hasta hacer justicia”, un esfuerzo con costos materiales importantes y costos humanos que no soy capaz de dimensionar. ¿Cuánta vida te roba el mirar a la cara al monstruo? ¿Cuánta alma te come su cara humana? ¿Cuánta humanidad se invierte en no odiarlo? ¿Cuánta energía se lleva el hacer lo correcto? Hay gente de material humano muy noble. Pero nadie está blindada al poder corrosivo del dolor, de la impotencia, de la duda, del contacto con una brutalidad tan terrible y tan definitiva de apariencia tan normal, tan corriente.

Amigas, amigos: este año he vuelto a perder la inocencia. Quizás reincida en la idiocia, pero este año he vuelto a verle la cara al monstruo. El monstruo que acecha a veces desde el espejo. El monstruo que nos sonríe en cada esquina del privilegio que nos acoge. A veces se cuela en los votos. Está presente en las familias, en las instituciones. El monstruo que con su cara de ojos azules, con su voz de profesora, con su bolsillo compra-almas o alguna de sus mil caras intenta habitarnos, poseernos, anularnos. Hay que neutralizarlo antes. Antes de que engulla. Antes. ¿Cómo?

Deseos para el nuevo año. Me desespera no saber qué quiero pedir. Se mezcla con qué debo, qué pienso que debiera querer…  La voz de la rabia, del miedo, la prudencia, un conato de bondad… Cansancio. Ambivalencia. La tentación de entrar en erupción y arrasar con todo. La constatación del ese amor que no todo puede… pero puede tanto. Padre/madre, año, luna llena… 

6 comentarios:

  1. Me identifico bastante, si, bastante; y yo tambiėn pregunto/me pregunto por dónde debo tirar y si tendré fuerzas para ello. Y me alegro de haberte leído. Un abrazo Lobodrina. Y feliz año a pesar de los pesares.

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    1. A mí me alegra mucho que me hayas leído, Iñigo. Un abrazo muy grande. Y muchas, muchas GRACIAS

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  2. La sinceridad con uno mismo y con los demás es el primer paso para alcanzar las metas que te propongas. Aquí muestras ambas. Te deseo acierto y suerte en 2019, desde Pamplona. José Ramón.

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    1. Gracias José Ramón, acertar es a veces cuestión de suerte... Que tengamos ambas. Un abrazo.

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  3. Es así. Nadie nos librará de encontrarnos con el “monstruo” frente a frente o en personas interpuestas. Nada puede liberarnos del estupor, de la impotencia o el miedo pero, sí está bien arraigado el nervio del bien en nosotros, no será capaz de destruir totalmente nuestra apuesta por eso que llamas humano.
    En todo caso, me gustas y me enorgulleces profundamente.

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    1. El nervio del bien, bien arraigado. Esperemos. Algo tendrá que ver la crianza ;-) Musu!

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