miércoles, 26 de junio de 2019

Sin desdén al dinero

He pedido. Habéis dado. Gracias.



"El apoyo con dinero es una forma válida y generosa de filantropía. Pero ¿por qué cuesta tanto pedirlo? ¿Y por qué nos cuesta darlo? "





“Me llamo Doudou”- me contestó un día en que la conversación dio pie a presentaciones. Solíamos vernos cada mañana. Cuando yo llegaba a la oficina él ya estaba sentado en un bordillo previo a nuestro portal, un vaso a sus pies, muy pocas monedas. Una mañana de invierno que me tocó ir a la esquina a por los cafés para el equipo de trabajo, tuve la inspiración de preguntarle si quería uno: “vale sí”, “¿cuál?” “café con leche”. Con el ánimo caldeado por mi buena acción ya de vuelta con Doudou, reparé en que a su lado había 4 vasos de papel idénticos al que yo le estaba entregando. Mi oferta no era la primera ese día, y de original tenía poco. Llegué a la oficina con el ánimo chafado a contar mi descubrimiento, para constatar que mi compañera también había invitado a menudo a Doudou a un café pero, como yo, nunca le había dado dinero. 


¿Desdén por el dinero?

Pero ¡quién rechazaría un café con un frío así! Compartimos un café y sentimos calidez, buen rollo, una simetría ilusoria. Sí, la simetría y el buen rollo son ilusiones ante alguien que seguramente necesita otra cosa. Y lo que necesita, muy probablemente, se consigue con dinero. 

Nunca he negado comida a nadie pero muy pocas veces he entregado dinero a alguien que me lo haya pedido y no lo fuera a devolver. Y cuando lo he hecho por “caridad directa”, de mano a mano, me ha costado hacerlo mirando a los ojos. Como si no fuera digno de mí, ni de la otra persona. Y sin embargo, ahí estábamos las felices bienhechoras de Doudou, hinchándolo a cafeína.

Pongámonos en el lugar de Doudou. Hace frío, pasará el día en la calle. La ropa de abrigo, hasta en las tiendas de Cáritas, tienen un costo. Un paraguas o una capa de lluvia. Cargar la tarjeta del bus o pagar la suscripción a las bicicletas. Un saco de dormir, una mochila, sacar fotocopias, tramitar documentos. Un boli, un cuaderno. Comer. Elegir qué comer. Llamar por teléfono, hablar con la familia… Y todos los obstáculos del mundo para trabajar, para acceder a los servicios sociales, para entrar en algún circuito de apoyo que no sea un escalón al alero de un edificio. 

Las donaciones en especie, los apoyos con alojamiento, comida, formación, etc. son valiosísimos, son necesarios. Las soluciones comunitarias son las más efectivas. Pero en algún punto del proceso acaba apareciendo “el vil metal”. Cualquier logística de envío de insumos, ropa, material requiere aunque sea de gasolina, y la gasolina se paga con dinero. La mayor parte de las veces el dinero resulta necesario para responder a las necesidades de las personas y los proyectos. 

El apoyo con dinero es una forma válida y generosa de filantropía. Pero ¿por qué cuesta tanto pedirlo? ¿Y por qué nos cuesta darlo? Creo que hay tres elementos que intervienen decisivamente:

  • Las necesidades son ilimitadas: sentimos que una moneda a Doudou no va a resolver nada. ¿Cuánto dinero necesitaría Doudou para pasar dignamente el día? ¿Y para resolver su situación? ¿Y qué es de la mujer que está a diario frente a la iglesia? No podemos darles dinero a todes, ni a une todos los días… y lo de hoy es pan para hoy y hambre para mañana. ¿Será suficiente con el pan para hoy?

  • El miedo al timo: ¿para qué será realmente el dinero? ¿y si en realidad estoy financiando una la adicción? El buen uso de nuestro dinero nos preocupa. Que sea por “una buena causa”, y no para que alguien se aproveche de nosotres y nos tome el pelo. La sensación de timo produce mucha rabia, y el miedo a ser timades inseguridad. Y la inseguridad, nos frena.

  • Cierta falta de falta de empatía: el dinero es la forma que en nuestras sociedades accedemos a bienes y servicios. A veces reducimos las necesidades de las personas “con necesidad” a algo tan básico, que se nos olvida que son como nosotres. No sólo necesitan comer: necesitan un móvil, necesitan cargarlo, necesitan moverse, no quieren harapos. No somos conscientes de las dificultades que tiene cualquier persona para hacer cosas cotidianas sin dinero. 

Y si esto lo podemos aplicar a casos individuales, qué no será para apoyar a colectivos, territorios, comunidades...


ONGDs y donaciones

Antes de seguir, una aclaración: creo que la primera y principal fuente de financiación de lo público han de ser los impuestos, y los impuestos progresivos donde quien más tiene pague más y en proporción ascendente. Creo que con el dinero recaudado el Estado tiene el deber de responder a las necesidades de sus ciudadanes así como de proteger los derechos humanos de todes quienes estén en su territorio. A partir de ahí, creo también que las personas podemos y debemos involucrarnos en construir y ampliar propuestas para hacer de nuestro mundo un lugar progresivamente más humano y habitable para todes. Una de las maneras es apoyar a Asociaciones no Gubernamentales para el Desarrollo (ONGDs), es decir, a organizaciones independientes y sin ánimo de lucro que surgen de iniciativas civiles y que buscan generar cambios estructurales en ciertos espacios o territorios a partir de valores como la cooperación, la solidaridad y el altruísmo. Resulta que yo trabajo en la ONG ALBOAN y que sé lo importante que es para nuestra la labor contar con dinero.

Existen muchísimas ONGs. Se diferencia por tamaño, temas, enfoque… También hay múltiples maneras de apoyarlas, participar y sumarse a su labor. Es posible trabajar como persona voluntaria, sumarse a sus formas de activismo e incidencia, utilizar los materiales educativos, difundir los contenidos de distinto tipo que genera… y también está la posibilidad de participar aportando dinero. Todas las formas son complementarias entre sí: podemos aportar tiempo, conocimiento y dinero. O cualquiera de las tres por separado. 

Pero cuando se trata de apoyar con dinero, nos vuelven los tres temores que ya hemos mencionado: que sea una gota de agua en el desierto, que el dinero se use “para otras cosas”, las dudas sobre los costos de operación. Somos muchas también las personas del sector que amamos nuestro trabajo pero nos genera urticaria todo lo que tenga que ver con pedir dinero sin la mediación de un sesudo y elaboradísimo informe para alguna institución pública. 


Pues bien, para desperezarme un poco y hacer frente a mis miedos de pedir y dar dinero, recojo algunas cosas que pueden ayudar a hacer un poco de autopedagogía y entregar algunas pautas:

  • Los aportes de dinero sí pueden contribuir a generar cambios. Son granos de arena en problemas muy grandes, pero acumulados sostienen tierra en que apoyarse. Para ello, una línea puede ser la de dar apoyos en temas concretos que son de nuestro especial interés. Podemos pensar en nuestro aporte económico como inversión social en una temática específica de especial interés para nosotres, a un territorio concreto o comunidad concreta etc.

  • Donaciones sostenidas en el tiempo: las donaciones regulares permiten a las instituciones cierta previsión para sostener el apoyo a proyectos concretos y darles seguimiento, así como desarrollar nuevos programas con estimaciones realistas. En caso de emergencias, surge una necesidad imprevista de fondos, para la cual no existía ningún proyecto previo. Junto con la ayuda de socies que colaboran de forma periódica, la ayuda puntual es esencial para dar respuesta a situaciones inesperadas. 

  • El dinero y la independencia: contar con la ayuda de particulares permite cierta independencia respecto a instituciones públicas y grandes donantes. Esto facilita la posibilidad de entregar apoyo a proyectos que pueden no estar en los intereses inmediatos de las instituciones públicas y para los que no es posible encontrar fondos por otras vías, a pesar de ser muy importantes.


En todo caso, la donación implica siempre un acto de confianza. Sea a personas, sea a instituciones. 

¿Y Doudou?

Hace meses que no lo he vuelto a ver. Ya no necesita, espero, el escalón, el alero, un recipiente. No puedo evitar pensar en él tomando un café. Una hermosa terraza al sol. Una mesa. Varias sillas. Hoy, invita Doudou.

lunes, 6 de mayo de 2019

Estrellas que escapan a los agujeros negros



A Facu
El universo fue creado para ser visto por tus ojos

A Kontxi
Tenacidad de la luz


1 de Abril de 2018. Kontxi es enterrada en Domingo de resurrección. Días antes emergió a los brazos de sus primas gracias al trabajo del equipo de buzos que la buscó en la oscuridad del fondo del dique Potrerillos, donde la había hundido su marido después de matarla de un disparo. No se supo de inmediato: hubo un largo mes de agonía antes que Audano confesara el asesinato, y otra larga agonía hasta encontrar el cuerpo. Fue en Domingo de Resurrección que Kontxi pudo ser enterrada, pero el milagro se había obrado antes. Los padres de Kontxi habían fallecido, no tenía hijas, hijos, hermanas o hermanos. Sí tenía un marido que la quiso hacer desaparecer. Pero Kontxi tenía también una vida construida con vínculos de amor profundo que la Cordillera de los Andes no pudo detener. Dos primas de sangre y alma, con apoyo de familia, amigas y amigos, se trasladaron a Mendoza desde Chile y no pararon hasta encontrarla, traerla de vuelta y hacer justicia.

10 de abril de 2019. Se difunde por primera vez en la historia la imagen de un agujero negro, captada por la iniciativa Telescopio Horizonte de Sucesos: una región oscura y desgajada del espacio-tiempo, tan pesada como 7000 millones de soles, situada en el corazón de la Galaxia Messier 87. Un logro sin precedentes de científicas y científicos de varios países en busca de desentrañar los misterios del Universo.

23 de Abril de 2019. Facu muere el día del libro, con uno de ellos entre sus manos. Nació con atrofia muscular espinal tipo 1, una enfermedad degenerativa con una esperanza de vida menor a 2 años. Este abril Facu cumplió 40 meses de amor, y entre amor lo despidieron. Cada cumplemés había una fiesta. Los ojos de Facu seguían atentos todo el mundo a su al rededor, y la vida se llenó de grullas, de bordados compartidos, de cuentos y libros, de hermanos de juego, de ritos de bienvenida y despedida del día, de presente.

Una historia que nace del amor, una historia marcada por la traición al amor, una imagen del universo. Personas que enfrentan una situación que cambia el rumbo previsto. Personas que son tan normales y tan extraordinarias, que nos dejan perplejas: las tenemos cerca, las conocemos y queremos, “se nos parecen”, pero ante situaciones que a la mayoría nos superan, sacan la mejor de las energías humanas y nos regalan historias de amor que son de un nivel mayor al de la tragedia que parecen anunciar. Personas que son luz, tanta luz, que resisten la gravedad de los agujeros negros. Trajeron de vuelta a Kontxi y sacaron su luz del pozo. Llevaron la luz de Facu a su máximo esplendor. 

Abril de misterios universales, trae la foto del que engulle, y el coraje de personas que son luz. Sois luz, tenemos luz: resistiremos.



Saturno (Sleeping at last)
(Traducción de la letra de la canción)
Antes de irte, me enseñaste el coraje de las estrellas,
cómo su luz continúa interminablemente aún después de la muerte.
Con el aliento entrecortado me explicaste el infinito
y lo raro y hermoso que es el hecho de existir

No pude evitar preguntarte,
pedirte que lo repitieras
Intenté escribirlo
pero no pude encontrar un bolígrafo.
Daría cualquier cosa por escucharte
decirlo una vez más:
que el universo fue hecho
para ser visto por mis ojos
Con el aliento entrecortado explicaré el infinito
Lo raro y hermoso que es que existamos

sábado, 20 de abril de 2019

Galileo, el movimiento pendular y las historias que me han forjado



Las historias que nos cuentan nos construyen tanto como nos ayuda a crecer la leche que mamamos. Nos alimentamos junto con cantos: sonidos que inauguran narraciones sobre cómo vivir la vida. Así empieza todo y así continúa: con las historias que nos mecen, nos zarandean, nos acompañan.

La transmisión oral es la primera y principal vía educativa, incluso en tiempos de pantallas. Yo crecí al alero del patito feo y la empatía que me generaba, la sabiduría de ese Jesús niño que discutía con adultos en el templo, la decisión del abuelo de mi madre de despojarse de maletas para que en su coche cupieran más personas (adversarias políticas) en la huida de las tropas que llegaban arrasando. Mi madre, abuelas y padre supieron combinar cuentos e historias familiares y adecuarlas a mi edad, y es así como fui aprendiendo que las niñas teníamos el derecho y el deber de opinar, de tomar partido, de actuar con empatía y responsabilidad. Mucho, mucho más que el prototípico mensaje de “se una niña buena”.

El patito feo y otros llegaban en casetes que grababa mi abuela Elena en Chile. En aquellos tiempos en que hablar por teléfono era más caro que cenar en el Arzak, la manera de tener conversaciones en la distancia eran las cartas y las casetes. La llegada de un casete de Chile era todo un acontecimiento: nos sentábamos a escucharlas en familia y grabábamos también casetes contándoles de nuestra vida. Las cartas también se leían en voz alta. Y así fuimos tejiendo conversaciones a miles de kilómetros.
La cocina ha sido siempre un lugar privilegiado para la trasmisión de historias. Los larguísimos desayunos de fin de semana, la preparación de la comida, los momentos de recogida y limpieza, han estado acompañados siempre de canciones. La línea materna en mi familia tiene algo de juglar. Los romances clásicos se mezclaban con romances de sucesos de posguerra: Juanito al que pilló el tren y la historia de Gabriel y Galán; José Miguel Carrera y el pobre hombre que suspira en la cárcel, los amantes a los que quieren separar y la chica a la que sedujo el río… Y la posibilidad de cambiar las canciones, dar el final que una quisiera, improvisar según el tema del día… Así supe que a mi bisabuela Otilia hacía llegar mensajes a las vecinas cotillas que ponían en duda su “vasquitud”, improvisando letras mientras lavaba ropa en el río:

A mí me llaman la cuca
Porque he nacido en Otañes
Hais de saber que no soy
Fuentes, Llorente, González

Salir a pasear por la ciudad con mi padre también daba pie a muchas historias. Si íbamos al centro de Donosti, casi siempre acabábamos mirando hacia el interior de sus portales favoritos. Nos contaba de los distintos estilos arquitectónicos y lo que buscaba transmitir, la armonía de las formas, las figuras…  y yo casi siempre acababa preguntándome cómo sería la vida de las personas que ahí habitaban. Cuando íbamos a algún museo mi padre nos hacía apreciar la belleza y estilo de los trazos mientras mi madre nos contaba la historia detrás de cada pasaje mitológico o bíblico retratado. Pero esta formación cultural distaba mucho de ser estándar: no faltaban discusiones sobre qué y por qué era bonito, si nos gustaba o no, o qué opinábamos sobre la actuación de tal o cual personaje del cuadro, escultura o lo que fuera. Recuerdo que la historia de Dafne teniendo que convertirse en laurel para que la dejaran en paz, desde niña me generó mucha incomodidad. Hermosa o no, la escultura de Bernini me parecía violenta.

Con la lectura y las películas mi mundo se convirtió en universo en expansión. Al principio me gustaba las historias “con moraleja”: esas con héroes y heroínas de perfil nítido donde el mensaje final quedaba claro. En mi adolescencia jugaba un poco a eso y me metía en algunos líos. Era capaz de enfrentarme a docentes, a compañeras y compañeros y lo que hiciera falta por plantear una idea de justicia de la que casi siempre me sentía muy segura. Era suficientemente valiente, y muy soberbia.

A la hora de escoger qué estudiar, también me ayudó a clarificarme una historia. Al principio me fui por la rama de las ciencias puras, pero el movimiento pendular vino a mi rescate: estando Galileo en misa, llamó su atención el movimiento que hacía el incensario. Intrigado por descifrar su lógica, Galileo empezó a hacer mediciones con lo único que tenía a mano en ese momento: su propio pulso. Así que ahí estaba Galileo, en plena misa, midiendo con su pulso los tiempos de oscilación del incensario. Y ahí estaba yo, fascinada con Galileo y su actitud, y tan pendiente del movimiento pendular en sí como Galileo de la misa. Quería estudiar biología, la ciencia de la vida, pero me di cuenta que yo a la vida la abordo desde las relaciones afectivas, educativas, sociales. Poca medición iba a hacer yo, fascinada observando a Galileo. Y de las ciencias puras, me pasé a las sociales.

Con los años he generado especial gusto por las historias de final abierto y sin “moralina”. No tengo ganas de que me digan qué tengo que pensar y los personajes “de una pieza” me generan cierta suspicacia. Supongo que ahora distingo más matices y soy mucho más consciente de las fracturas, y de que a veces es por las grietas por donde asoma la luz.

Sigo aprendiendo mediante historias, y cada vez las uso más para transmitir mensajes. Aunque de tanto leer y escuchar, he ido aprendiendo a identificar las estructuras, manipulaciones, incongruencias… y a mayor conocimiento no es siempre mayor el placer.

En el cine, los libros, a la vida: ficción o realidad, las historias que nos llegan son siempre “verdaderas”. Yo me construyo con ellas, cada día.

sábado, 30 de marzo de 2019

Exposición "Mujeres del Congo”: ¿sororidad o estetización de la violencia?

"Estetizar la violencia es el ejercicio de entregar intencionalmente valor estético a algo que es violento y genera dolor, frivolizar mediante técnicas de "embellecimiento" algo ética y moralmente reprobable. Como intentar embellecer una guerra, una fosa común, las agresiones sexuales, la violencia contra las mujeres."


Ayer fui a ver la exposición fotográfica “Mujeres del Congo, el camino a la esperanza” de la Premio Nacional de Fotografía Isabel Muñoz. Este proyecto es fruto de la colaboración entre la fotógrafa y la periodista y activista congoleña Caddy Adzuba. Tuve la suerte de participar en la visita guiada y escuchar en las palabras de Isabel Muñoz algunas de las historias sobre las mujeres cuya presencia nos llega en imágenes y testimonios.

Las fotos son en su casi totalidad retratos de mujeres que han sobrevivido a la violencia sexual como arma de guerra. Mujeres cuyos cuerpos han sido utilizados como campo de batalla con el objetivo de infligirles a ellas y,  a todo el entorno del que forman parte, el mayor daño posible. Y son retratos hermosos. La belleza y potencia que emana de ellos impresiona.

Cuando llegó el momento de las preguntas, la mayor parte de las cuestiones se orientaron a aspectos técnicos de la fotografía: cuál es el formato que utilizas, cómo logras ese fondo tan oscuro, por qué eliges el blanco y negro… Y a mí, que nada sé de fotografía pero que me toca leer y oír sobre la situación que viven las mujeres en las zonas en que se ubican las minas de coltán de la República Democrática del Congo (RDC), me surgió la necesidad de decir algo. Así que levanté la mano y cuando Isabel quiso saber cuál era mi pregunta, le dije que en realidad lo que yo quería era agradecer. Agradecerle la dignidad que traslucen sus fotos, la belleza y potencia de las mujeres congoleñas que nos miraban desde su cámara.  

A la salida, algunas personas conocidas me dijeron que compartían mis palabras, aunque había quien había criticado las fotos por estetizar la violencia. Me quedé sorprendida. ¿Cómo debían ser las fotos? ¿Qué debían mostrarnos? Entiendo que "estetizar la violencia" es el ejercicio de entregar intencionalmente valor estético a algo que es violento y genera dolor, frivolizar mediante técnicas de "embellecimiento" algo ética y moralmente reprobable. Como intentar embellecer una guerra, una fosa común, las agresiones sexuales, la violencia contra las mujeres. Ello equivaldría a querer ocultar esa violencia escondiéndola tras una pátina de belleza, o directamente naturalizarla mediante su presentación como algo hermoso y por lo tanto eventualmente deseable o, al menos, no malo del todo.

Es verdad que la exposición se compone de retratos muy cuidados, muy estéticos. Pero las fotos no estetizan la violencia. Las fotos son retratos de mujeres supervivientes, retratos de heroínas, como se refirió a ellas Isabel Muñoz a lo largo de su charla. No es la violencia la que sale retratada, no es la violencia la que aparece como bella: la belleza emana de las propias mujeres.

Es importante decir que el tema del uso de la violencia sexual como arma de Guerra en la RDC es hilo conductor y está presente en toda la exposición: en la presentación general, en los textos de los distintos temas que dan lugar a la estructura (la importancia de los microcréditos, la salud mental, las niñas acusadas de brujería, las agresiones sexuales a niños y niñas pequeñas) y en los vídeos que recogen los relatos de las mujeres sobre la violencia sexual infligida contra ellas. También se trasluce en algunas miradas de rabia, de dolor, de dureza. Pero quienes se acerquen a ver las fotos no encontrarán mujeres rotas, desfiguradas, inhabilitadas, impotentes. Se encontrará con las miradas de mujeres que han vivido el infiero y han salido de él, mujeres con una fuerza interior inconmensurable.

Todo trabajo artístico es comunicativo y busca transmitir algo. Todas las decisiones de la profesional tras la cámara afectan el mensaje que finalmente nos va a llegar. Las fotos de Isabel Muñoz llevan su firma, su marca, su mirada. No es la única. Y es incompleta si se trata de entender el contexto político y social en el que se da esta violencia extrema contra las mujeres, el rol que juegan ello potencias internacionales, o el rol que, queriendo o no, jugamos las y los habitantes de la hermosa Donosti sólo por el hecho de tener un smartphone. Las fotos en general son individuales, no hay representaciones colectivas, de movimientos sociales, de espacios públicos.

Pero es una mirada que merece la pena. Más aún: es una mirada necesaria. Vivimos en un mundo que sí estetiza la violencia sexual, la pasividad y la cosificación de los cuerpos de las mujeres. Y si esto es así con las mujeres "blancas", en el caso de las mujeres racializadas la cosa adquiere tintes desquiciantes. Si a esto le sumamos el prácticamente omnipresente paternalismo cuando nos acercamos a las realidades de países del "Sur", el cóctel para representaciones estigmatizantes está servido.

El cuidado que pone Isabel en los retratos es también cuidado y respeto hacia las mujeres que con generosidad cuentan su historia y aceptan ser fotografiadas. Es un acto de sororidad.

Ayer dije a Isabel muchas gracias. Y hoy se lo digo a las mujeres que confiaron en ella y con ella en todas quienes nos acercamos a la exposición. Su presencia nos trae lecciones ingentes de resiliencia, voluntad, dignidad. Y mucha belleza. Mirando a esas mujeres me siento pequeña y, a pesar de mi pequeñez, hermana.