miércoles, 3 de enero de 2018

Los rastros de Txuri Beltz

3 de enero. Solo queda el roscón, ya pasaron las grandes cenas. Gilles, Mari y Enzo han salido al pasear  y yo aprovecho para poner en orden el hogar. Una necesidad de quienes acogimos la fiesta en casa, esta rutina tiene también algo de cierre y comienzo de ciclo y renovación energética. Últimamente para mí limpiar la casa se ha vuelto casi un placer:  estoy sola (sólo con Bicha, ahora sólo con Bicha), muevo el cuerpo, me concentro en una tarea concreta que me libera un poco la mente, y hago algo productivo (o reproductivo) para el "bien familiar" (las personas con un toque culposo  hacemos un uso psicológico bastante importante de este tipo de cuestiones).

En mi deambular, me han salido al paso rastros de Txuri Beltz: su caja de piedritas, su platillo para la comida, sus pelos de gato blanco y negro en cada sofá, cada alfombra, cada cojín. Pero la presencia más tenaz es la de su ausencia: su no estar frente a la estufa, no cruzarse entre mis piernas, no salir a mi paso con el ruido que hace mover las bolsas de pienso. La mantequilla del desayuno está abierta en la mesa y no ha pasado nada. No he tenido que cerrar la puerta de mi habitación para proteger la ropa limpia que acabo de sacar del colgador.

Y de repente, me ha dado por pensar que mi casa estará más limpia sin Txuri. Por la noche no habrá protestas por dejarlo en la cocina para que no arañe la alfombra, y en vacaciones no hará falta que alguien lo venga a alimentar si queremos salir de vacaciones. Mi vida será, quizás, un poco más cómoda... Sin embargo, nada de eso podrá jamás compensar la ausencia de su peso de gato grande, tranquilo, abrazable. Ninguna alfombra, ninguna  paz de casa limpia tendrá nunca el efecto calmante de su suavidad y ronroneo. Y ningún gato tendrá el tacto de la caricia sobre su oreja pirata. Mi gato descansa bajo un acebo y nunca más podré poner mi cara en su bigote.

Y así, mientras limpio, me doy cuenta que no hay presencia viva sin externalidades. Las otras, los otros, nos interpelan. La respiración suena, las hojas caen, la tierra ensucia, la vida es material, es ruidosa, es exigente. Y es lo único que vale la pena. No sirve una alfombra si no es para unos pies, no sirve un mantel si no hay comensales y mi casa no es la misma sin Txuri.

Loco y Txuri Beltz,  mi primera familia de adulta, los compañeros que me ayudaron a hacer hogar. Hoy me siento huérfana de gatos.




4 comentarios:

  1. Bonito recuerdo Libetxu..."nada podrá compensar su peso de gato grande, tranquilo, abrazable"...era muy rico Txuri-beltz. Aita.

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  2. Cómo te entiendo, Libe. Comparto cada una de tus ausencias en la pérdida de Zar, el pastor alemán juguetón, cariñoso y noble que nos ha acompañado desde hace justo cuatro años en la huerta. Todavía no se le puede nombrar sin que se humedezcan los ojos de unos cuantos de nosotros. Un abrazo
    Loli

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    1. Qué bonito nombre, Zar. Siempre estará en la huerta, eso seguro. Un abrazo muy grande!

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